Es
inevitable pensar ciertas cosas cuando uno está en tránsito. Algunos se
encuentran más en tránsito que otros por la vida. Una especie de no lugar, diría Foucault. Desde hace unos meses he comenzado
a alquilar y no puedo dejar de sentirme en tránsito. Como si el tic tac de un
contrato avecinara la finitud de una pequeña etapa. Pocos puntos a parte en
esta vida son antedichos. Full stop. La escuela, la universidad. Algunos
contratos. Es casi todo. Pocas veces sabemos cuando algo se va a acabar. Cuando
se acaba recordamos a la muerte y a nuestra incapacidad occidental de aceptar
el pasar de los ciclos. Vida-muerte-vida, no dejo de repetirme.
Me preparo
un café y pienso en que somos los que éramos, somos lo que todavía no somos y
un presente que no asoma sino más bien se tropieza con nosotros en esta casa de
dos habitaciones y un bonito balcón donde comienza nuestra historia.
Como casa
alquilada, retiene en sus paredes los últimos suspiros de unos cuadros, vaya a
saber de quien o de cuando. Los clavos siguen allí, atestiguando una historia a
medias, como los rayones de lápiz que algún niño dibujó detrás de la puerta del
baño, en un lugar que apenas se puede ver.
Debajo
están las plantas que alguien más plantó. La cochera, donde varios modelos de
autos han dejado sus huellas y una escalera despintada que más de una vez han
intentado colorear. Desde un árbol centenario pían varias generaciones de pájaros
y unos cuantos nidos secos caen sobre el techo de los vecinos, vecinos que eran
vecinos de esta zona antes que yo.
Como un
geronte que aún tiene largos años por delante, varias vidas lo han atravesado.
El paso del tiempo me conmueve. Sabemos tan poco sobre el tiempo. Desde que
esta casa ha estado parada con sus pequeñas patitas de hierro sobre este suelo
mendocino, varias historias lo han atravesado, numerosas familias se han
situado en esta casa y seguirán haciéndolo hasta que se convierta en otra cosa
o tal vez, otra casa.
Será porque
es la primera vez que alquilo. Pero ocupar algo que antes ha sido ocupado me
vincula a otras gentes, a otras historias que coinciden en una misma elección.
Somos todos un punto en común. Es un cuento de varios personajes. No dejo de
pensar en que pasaría si volcamos toda la variable tiempo en un mismo espacio. El desarrollo de esta trama me aturde y pienso
en estos dos años, como deshago y hago mi pequeña historia. Los que vendrán,
que pensarán de los anteriores, si es que piensan en nosotros y si podrán ver,
por más que intentemos borrar, las marcas que dejaron nuestra existencia.
Trascender
es algo que ocupa la conciencia de los humanos. En nuestra finitud un dejo de
solidaridad y melancolía se extiende y nos une a los que siguen por nosotros. Un
ser finito trasciende a través de otros. Es como dejamos nuestro paso por el
planeta. No es ser narcisista, es querer dejar un legado. Tomando noción de
nuestra existencia, Inconcientemente uno va pisando y haciendo historia. Relativamente
algunas historias son más significativas que otras. Todas dan noción de nuestra
existencia.
Me impresiona
que vestigios de nuestro presente formen parte del futuro de otros. De la misma
manera en la que todos contribuimos a una especie de masa amorfa social por la
cual miles de años después una sociedad posterior se preguntará por nosotros,
quienes éramos, mientras intenta descifrar en alguna tableta gráfica una foto,
los vestigios de algún circuito electrónico perdido entre los restos de
ladrillos de lo que alguna vez fue una casa. Me pregunto si algún vecino de Pompeya
alguna vez habrá pensado en esto, cuando años después miles de turistas harían
colas para pasar por la puerta de su antigua casa, completamente embestida por
lava volcánica.
Todos somos
pasajeros en tránsito en este planeta. Solo que algunos se sienten más en tránsito
que otros. La sensación es inevitable cuando uno podría jurar que ve moverse al
tiempo.
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